Aquí va aquel texto que escribí para la sección Bloguero Invitado de la revista Man.

¿Podría no hacerlo en Comic Sans?

El mundo de la tipografía es, en contra de lo que pudiera parecer, un territorio de pasiones incontroladas. Diseñadores en general (y tipógrafos en particular) contemplamos las letras con la emoción de quien se asoma a obras de arte cargadas de historia. También es, desafortunadamente, un mundo de pasiones incomprendidas. Me ha costado verlo, pero me sirven como prueba los bostezos con que cualquier amigo no relacionado profesionalmente con el diseño asiste a cualquier explicación tipográfica elemental.

Si, por poner un ejemplo, intentara detallar que el texto de este artículo está compuesto en la familia Slimbach –una letra romana de transición, tradición centro europea y, lo que son las cosas, levemente inspirada en antiguas letras talladas en piedra–, es probable que el bostezo se convierta en sueño o que la mirada refleje el aburrido instinto asesino de quien me clavaría una ñ en el ojo para callarme. Una ñ Slimbach, por supuesto.

Pero vuelvo, empecinado, a las pasiones tipográficas incontroladas. Las letras tienen sus historias, y elegir una u otra para redactar un humilde informe o para diseñar un Power Point no debiera ser un acto totalmente indocumentado. La Arial, para empezar, viene de serie en prácticamente todos los sistemas operativos, pero los diseñadores le tenemos una manía terrible porque es la burda falsificación de la Helvética, un clásico del siglo XX. Son indistinguibles salvo para un experto pero… bueno, es el equivalente tipográfico a un Rolex comprado en Chinatown.

La Times New Roman, otro clásico ubicuo, fue creada para el periódico londinense The Times hace aproximadamente 80 años. Era una letra concebida para mantener la legibilidad a pesar de los defectos de la impresión con planchas de plomo. Su diseño se adaptaba a esa función. Hoy se ha extendido como un virus, a pesar de que el plomo, digamos, ya no se estila demasiado. The Times la abandonó hace ya 40 años.

Verdana es otra familia tipográfica de las de usarse mucho. Es una creación más reciente (de 1996), por encargo de Microsoft, que quería dotar a su sistema operativo de una familia legible a tamaños pequeños… en pantalla. Es una letra pensada para lucirse en píxel, no en tinta, a prueba de monitores pequeñitos. Conviene tenerlo en cuenta.

Hay que valorar además peculiaridades ideológicas, que de eso también hay. Los nazis prohibieron el uso de la Futura, diseñada allá por los años 20, porque la consideraban “degenerada”. Goebbels, al parecer, la tenía por “una invención judía”. Otra: la imagen corporativa del Gobierno de España está diseñada con Gill Sans, una de las grandes obras maestras tipográficas del siglo XX. En su contra tiene que es una letra adoptada casi como símbolo nacional por el Reino Unido… y que ahora se sabe que su diseñador, Eric Gill, fue un impenitente pederasta. A ver quién quiere vincularse a semejante dato.

Dicho todo lo cual, la letra con más detractores es la alegre Comic Sans. Es deforme, técnicamente desequilibrada, y su diseño se pensó para la pantalla de un programa infantil. Usuarios poco avisados (y seducidos por su dicharacherismo, supongo) la han emplazado en trabajos universitarios, informes confidenciales, menús de boda, documentación oficial y currículum vitae, que es como presentarse en la entrevista de trabajo con zapatones y nariz roja. Un error. Salvo que la oferta sea para un circo.

Por cierto que viene al pelo el cartel creado por el diseñador serbio Nebojsa Cvetkovic y que está haciendo furor entre los diseñadores, que ya se sabe que somos unos frikis y nos partimos de risa con estas cosas…

(En su web hay cosas de mucho mérito. Echen ustedes un ojo…)