En 1946, los Hermanos Marx se disponían a estrenar de Una Noche en Casablanca. Al recibir la noticia, el departamento legal de la Warner Brothers les amenazó con una demanda si no cambiaban el título de la película, que coincidía con su Casablanca, de 1942, con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman.

Es cierto que los Marx no eran del todo inocentes (su primera intención había sido parodiar aquella cinta), pero la verdad es que la respuesta que Groucho Marx remitió a la Warner, dirigida por el temible Jack Warner, se ha convertido en un texto antológico.

«Queridos Warner Brothers

Al parecer hay más de una forma de conquistar una ciudad y de mantenerla en propiedad. Por ejemplo, hasta el momento en que pensamos en hacer esta película, no tenía la menor idea de que la ciudad de Casablanca perteneciera exclusivamente a los Warner Brothers. Sin embargo, pocos días después de anunciar nuestro proyecto recibimos su largo y ominoso documento legal en el que se nos conminaba a no utilizar el nombre de Casablanca. […]

Sencillamente, no comprendo su actitud. Aun cuando pensaran en la reposición de su película, estoy seguro de que el aficionado medio al cine aprendería oportunamente a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo. No sé si yo podría, pero desde luego me gustaría intentarlo.

Ustedes reivindican su Casablanca y pretenden que nadie más pueda utilizar ese nombre sin permiso. ¿Qué me dicen de Warner Brothers? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente tengan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, pero, ¿y el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos Brothers mucho antes que ustedes.

Y ahora, Jack, hablemos de usted. ¿Diría Usted que es el suyo un nombre original? Pues no lo es. Se utilizaba mucho antes de nacer usted. Sobre la marcha, recuerdo […] Jack el Destripador, que se tuvo una bonita reputación en su día. […]

No me sorprendería descubrir que los directivos de su departamento legal no están al tanto de esta disputa absurda, porque sé que muchos de ellos son caballeros educados con pelo negro rizado, trajes de doble botonadura y un amor por sus semejantes digno de encomio.

Imagino que este intento de evitar que usemos el título Casablanca es la idea de un picapleitos con cara de hurón, un becario de su departamento legal. Conozco a la gente de esa calaña: recién salidos de la facultad, con hambre de éxito y demasiado ambiciosos para esperar un ascenso natural. Este leguleyo siniestro seguramente lió a uno de sus abogados […] para amenazarnos.

Bueno, ¡no va a salirse con la suya! Vamos a luchar hasta el Tribunal Supremo. Ningún aventurero jurídico de cara pálida va a hacer mala sangre entre los Warner y los Marx. Todos somos hermanos, y seguiremos siendo amigos hasta que el último rollo de Una noche en Casablanca pase por el proyector.

Suyo, Groucho»

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Mi pequeño incidente con los abogados de Grupo Zeta tuvo singular seguimiento en la internet. El efecto Menéame me ha dejado temblando. Agradezco a todos el interés, y el apoyo. No sé en qué acabarán todas estas cosas de los derechos de autor, las leyes nuevas y los abogados danzarines, pero da gustito saber que a la gente le interesa y le preocupa. Doy por finalizada la aventura. Salvo que me lleguen más cartas, claro.

[«Groucho y yo», Ed. Tusquets, Colección Fábula, 1991]