Demostrando que todo lo que empieza mal tiene cierta tendencia a acabar peor, el COE y el Ayuntamiento de Madrid presentaron ayer la marca que identificará la candidatura de la capital a los Juegos Olímpicos de 2020 (ahí arriba está). ¿Cuál fue el mal comienzo? Hace unas semanas, la organización convocó un concurso restringido a estudiantes de diseño. Una especie de «profesionales abstenerse». Estos concursos (mal remunerados) son una alegría para el márketing y un drama para la calidad del diseño.

El caso es que ganó un estudiante zaragozano, Luis Peiret, con una propuesta inspirada en la puerta de Alcalá (está ahí abajo). A mí los degradados del símbolo me gustan, qué le voy a hacer, y la letra manual necesita un pulido, pero tiene su encanto.

La idea de Peiret, ay, pasó antes de su puesta de largo pública por un proceso de chapa y pintura perpetrado ejecutado por la agencia TAPSA. La confianza de la organización en la calidad del logo ganador del concurso era tan grande (ironía) que en las bases ya estaba previsto que «hermanos mayores» profesionales se hicieran cargo del arte final.

Este sistema de concurso +  asesoría-seleccionada-a-dedo funcionó con la manita de Madrid 2016: la segunda versión mejoraba notablemente el original. En esta ocasión la gente de TAPSA ha soltado al aire un logo que es, por decirlo en una palabra, un truño.

Es tipográficamente inconsistente, ortográficamente incorrecto (el punto de la i parece una tilde), la legibilidad es dudosa (¿asume Madrid que no va a ser olímpica hasta 20020?) y los arcos inspirados en la puerta diseñada por Sabatini parecen chanclas veraniegas.

Un éxito.