elpaisweb

No soy un experto en diseño web, así que mi análisis del rediseño estrenado hoy por El País no va a ser demasiado profundo, más estético que técnico.

Además de la integración de la web de noticias científicas Materia, que es amiga de esta casa y por cuya felicidad periodística doy palmas con las orejas, me han llamado la atención dos detalles.

El primero, que el nuevo diseño es más sobrio, con una paleta de colores, digamos, limitada (por no decir casi inexistente): mucho gris, y algún toque de azul… No lo digo como una crítica: no sé ustedes, pero yo acabo saturado de periódicos llenos de color y letras grandotas en los que todo grita compitiendo por mi atención.

Lo segundo: por fin aparece Majerit, la tipografía de los titulares del periódico impreso, en la web. Nunca he entendido por qué cuando los medios impresos saltan a la internete olvidan su identidad gráfica de papel. Antes no había web fonts, pero ahora… No se trata de que entre tinta y píxel haya que elegir un campeón, pero sí de que estén coordinados. Un universo gráfico coherente en papel, ordenador, móvil y tableta construye marca, y para los lectores supone la experiencia de entrar en espacios reconocibles. Los lectores tendemos a buscar referencias conocidas para sentirnos a gusto. Ejemplos: todas las aplicaciones o papeles que salen de publicaciones como The New York Times, The Guardian o The New Yorker viven en un mismo planeta estético (cada medio en el suyo, no crean), y eso funciona.

Quizá el detalle chungo que más me llama la atención en la prensa peninsular es el de El Mundo, cuyas marcas de papel y web son diferentes por razones que no puedo adivinar. Una pena: el planeta verde diseñado por Cruz Novillo es ya un icono de periodismo, y el pequeño planeta de la web es completamente prescindible.

Lo de la imagen coherente entre pixel y papel me lleva a otra reflexión bastante tonta (y lógica): para que haya una identidad compartida tiene que haber una identidad.

The New York Times tiene en las tipografías CheltenhamBeton ExtraBold Karnak y Stymie un marco fijo que se expande de su suplemento dominical a las cabeceras de sus blogs. Por su parte, The New Yorker lanzó hace unos meses una versión refinada y más flexible de la tipografía que ha acompañado sus páginas desde su lanzamiento a principios de siglo XX. Y puede que el dinero que The Guardian pagó a Christian Schwartz, Paul Barnes y cía por la letra que lleva su nombre haya sido la inversión más rentable de la historia de la tipografía: todo lo que toca huele a The Guardian.

Así, no tengo claro que ahora mismo El País, incluso con el refinamiento que ha llevado a cabo en su nueva web, tenga una identidad clara que compartir. Dicen que hay un rediseño impreso en camino, y quizá eso suponga un alivio al caos de tipografías y cabeceras de la marca. Yo, como soy un tipo osado, y porque además vivo en lejanas tierras, me lanzo a hacer una propuesta: teniendo en su cabecera una tipografía con tanta personalidad como la Clarendon, encargaría unos cuantos pesos modernizados a una fundición de postín y me lanzaría a identificar todos los productos con ella. Lo mismo funciona.