Un grupo de personitas bañándose, paseando o jugando al croquet componen la bucólica, veraniega e inofensiva portada del número del 31 de agosto de 1946 de la revista The New Yorker. Una imagen inofensiva, casi vulgar en su elegancia.
El interior de la revista, sin embargo, no tenía nada de vulgar. Nada más empezar, una nota de los editores: «A nuestros lectores: Esta semana, The New Yorker dedica todo su espacio a un reportaje sobre la casi total desaparición de una ciudad por culpa de una bomba atómica, y a lo que le pasó a la gente de esa ciudad. Lo hace con la convicción de que pocos de nosotros hemos comprendido todavía el increíble poder destructivo de esta arma, y que todo el mundo debería dedicar un tiempo a considerar las terribles implicaciones de su uso».
Así, una de las revistas más prestigiosas dedicaba tooooodo su espacio a una historia, escrita por el periodista John Hersey, que se titulaba sencillamente «Hiroshima»: la descripción, a través de los ojos de seis supervivientes, de la destrucción de la ciudad japonesa por la bomba «Little Boy», lanzada el 6 de agosto de 1945. Un año antes de la publicación de la revista.
Las crónicas dicen que la revista se agotó nada más lanzarse. El reportaje tuvo un impacto brutal en un mundo que, terminada la guerra, todavía no se había hecho a la idea de hasta qué punto era poderosa el arma atómica.
Y todo esto me ha venido a la cabeza al ver que The New York Times Magazine ha dedicado este fin de semana todo un número al desmembramiento del mundo árabe durante los últimos años. Con texto de Scott Anderson y fotografías de Paolo Pellegrin, «Fractured lands« viene a ser el relato de la destrucción de toda una región del mundo a manos de una bomba atómica que se ha tomado más de una década para ir estallando poco a poco.
El eco de «Hiroshima» está por todas partes: en inundar toda la revista con un único reportaje de 40.000 palabras, en que están a punto de cumplirse setenta años de aquel número de The New Yorker, en que son seis los personajes a través de los que se articula el relato… Y en que el inédito despliegue de medios y espacio subraya todavía más la importancia de la historia más allá de un verano y un fin de semana de agosto lleno de personitas que se bañan, pasean o juegan al croquet.
Pues eso. Pueden leer «Hiroshima» aquí, y «Fractured Lands», aquí.
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