[Por si no había en el mundo suficientes textos apresurados y superficiales, en plan lo-tengo-y-quiero-contarlo, aquí va el mío. No he podido resistirme]

No tengo claro, a estas alturas, de si el iPad va a suponer el inicio de una revolución de alcance insospechado o un tremendo y carísimo bluff.

Pero tengo alguna pista: mi tableta nuevecita se pasó la tarde del viernes en la redacción de Público (el-periódico-que-me-da-de-comer) y quienes se pasaban por mi sitio para echarle un ojo se comportaban, en palabras de uno de mis compañeros, «como los monos de ‘2001’ delante del monolito: gruñendo, moviendo los brazos y dando gritos». Todo el que se enfrenta a una de estas tabletas alucina. Incluso los que despotrican, con razón, sobre los entornos cerrados de Apple, su márketing abusivo, su secretismo y las pésimas condiciones de trabajo en que se fabrican estos cacharros (no sólo los de Apple; la explotación afecta a más compañías). El iPad provoca siempre algo que está entre el estupor y la maravilla, por decirlo como si fuera el título de una novela.

Mi primera impresión: el cacharro funciona bien. Me he descargado unas cuantas apps, por aquello de probar apresuradamente el invento. Sobre todo editoriales. Todo es espectacular y brillante, y la experiencia de operar con los dedos tiene un encanto, una sencillez y una finura notables. La app de Wired supera las expectativas; Time y Newsweek son más sencillas, pero mantienen el tipo. Popular Science tiene la navegación más destacada, a base de gruesas lineas rojas que guían al lector. Cada publicación varía un poco su sistema de navegación, pero el código horizontal/vertical (hacia un lado avanza la revista, hacia abajo avanza el contenido de cada artículo) se impone.

Es curioso descubrir cómo aprovechan los diseñadores el asunto táctil. Dos ejemplos tontos: en Wired se puede adelantar y atrasar un video, o girar la órbita de Marte, al capricho de un dedo. Y una revista corporativa de Volkswagen oculta una foto detrás de una superficie de arena que hay que limpiar a base de frote, en un efecto muy conseguido. En general, lucen bien incluso las publicaciones que presentan meros pdfs sin enriquecer.

Vaaale, se echa de menos la sensación cálida del papel y la tinta. Pero no se puede tener todo.

Navega por internet rápida y aseadamente. La pantalla no es enorme, pero está cerca. La página web de Público es la única adaptada al bicho de la prensa patria (que yo sepa), y mola. No hay Flash, eso ya lo sabíamos todos, y es un coñazo inmenso no poder ver todos los videos o encontrarse con un montón de páginas invisibles. El manejo tiene el ajuste fino, en plan «todo está diseñado a propósito», acostumbrado en Apple. El teclado funciona correctamente, y la aplicación de correo es sencilla…

Y los peros. A este bicho se le pueden sacar muchos y muy graves defectos. Empezando por el precio, o el pecado original de que no pueda funcionar de forma totalmente autónoma sin el respaldo de un ordenador y una cuenta iTunes. Y no es versátil. No puedes descargar fácilmente un pdf, y guardarlo en una carpeta. No hay carpetas, claro, en su encarriladísimo sistema operativo. El teclado funciona PERO no es ni por asomo un teclado físico, y los dedos flipan. Las revistas molan PERO se nota que son primeras versiones, puntos de partida. La biblioteca de apps es enorme PERO muchas cosas son caras, y sigue siendo un caos difícil de organizar. Echo de menos un quiosco para las apps editoriales, como hay una tienda específica para los libros. Los libros, también, se leen con comodidad PERO no hay apenas propuestas en castellano (se ve que no han llegado todavía a acuerdos editoriales, y lo poquísimo que hay son títulos antiguos libres de derechos). Y así, un montón de cosas.

Pero la sensación inicial es, repito, de estupor y maravilla. Porque el iPad es un nuevo tipo de electrodoméstico cuyo comportamiento futuro es difícil de predecir, difícil de encasillar. ¿Se puede vivir sin uno? Desde luego. ¿Es un capricho caro? Por supuesto. ¿Mejorará? Eso espero.

Yo lo recomiendo.