La revista satírica Mongolia, cuyo número de julio ha salido estos días, es de mucho jijí y mucho jajá. Pero también tiene una parte final dedicada a las-noticias-en-serio. Este mes da cuenta de cómo se cerró asesinó el diario Público (que-me-dio-de-comer, así que no soy demasiado objetivo).

El resumen de lo que cuentan: que a pesar de la crisis el modelo empresarial y periodístico de Público tenía posibilidades de salir adelante; que los dueños del periódico, Jaume Roures y Tatxo Benet, dejaron morir la cabecera para adaptarse un poco al nuevo Gobierno del PP; que mintieron a los trabajadores –»mi patrimonio es cero» se atrevió a decir a la redacción el propio Roures–; que rechazaron la ayuda de posibles inversores interesados en rescatar el proyecto; que declararon un concurso de acreedores, dejando en la calle a una enorme cantidad de trabajadores y colaboradores, con facturas y nóminas por cobrar, entregados al limbo del Fondo de Garantía Salarial; que después de echar el cierre y a casi toda la plantilla, se permitieron volver a comprar la cabecera con un dinero que no aparecía a la hora de pagar indemnizaciones… Y más.

Una falta de escrúpulos y una hipocresía repugnante.